Son estos días como los domingos por la tarde, cuando todo es confuso y te sientes en medio de todo y nada a la vez. Decides encender los altavoces del ordenador, con el afán de silenciar el molesto ruido del que está lleno este vacío. Cualquier melodía que te brindase un poquito de calor te valdría, o igual prefieres frío, el frío compartido parece menos frío. Qué más da. Al fin, después de unos cuantos temas con buen efecto analgésico, puedes tener la suerte de que, de repente, aparezca uno que vaya más allá.
Y como si de la escena de una película en pleno punto álgido de su banda sonora se tratase, sin haberlo esperado, las barreras del tiempo y el espacio parecen diluirse. Puedes estar en medio de mil caminos que has recorrido, y sin tener ni idea de hacia dónde ir. Y sin embargo, por unos minutos te invade la certeza, de que ese punto en el que te encuentras es el que tenía que ser, necesaria e inevitablemente. Como una fracción de sentido absoluto en medio de tanto sinsentido, que al fin y al cabo, mereció la pena.
